Mi Isla Querida

Aterrizo en la Isla Mágica, y ya van ocho, pero esta vez es diferente, voy sola. Apenas un instante antes, oteo desde la ventanilla y de súbito se humedece la mirada de emoción, siempre se repite el mismo ritual; Busco la complicidad de mi compañera de asiento, pero está demasiado ocupada en atusarse la laca. Ya en tierra respiro el aire húmedo y libre que siempre me da la bienvenida.


En El Viña de Sant Josep me espera el payesito de siempre, que sonriente, sirve ese familiar bocadillo de tortilla con queso y tomate, echa con huevos “de los de verdad”, amarilla y suculenta. Ahora sí, estoy lista para acudir a mi rincón favorito. El mirador es un lugar privilegiado, ante mí se abre Es Vedrá con su fantástica silueta de dragón emergiendo del mar. Todo se detiene. Atardecer hipnótico, plateado y rojizo, bárbaro. La Torre del Pirata, antiguo punto de vigilancia que se ha transformado en un místico picadero.


Sábado por la mañana: cita obligada con Sant Jordi, allí acuden los residentes a deshacerse o adquirir todo tipo de cosas, según el día que tengan. Es una auténtica pasarela de hippies veteranos, también están los neos, con sus rastas estudiadamente enmarañadas, yembes y abrazos por doquier, y los niños más rubios y más guapos del mundo se encuentran aquí, correteando felices entre el gentío.

No todo va a ser armonía. Sant Antonio surge como una pesadilla sólo apta para las hordas bárbaras que pueblan la isla en el verano; fuera de temporada es como una ciudad fantasma, un volcán listo para la erupción estival. El encanto de Ibiza se diluye entre el tendido eléctrico sesentero y las arterias de asfalto de última generación.

 

El Madagascar, increíble refugio de seres al margen de las convenciones estéticas. Al fondo Dalt Vila, que casi se presenta como un anacronismo vista desde la Plaza del Parc.

Escapo hacia mi cala adorada: Cala d´hort. Desnudo mi cuerpo al sol y me dejo querer por sus aguas, cálidas y embaucadoras. El dragón me protege.

Estoy de suerte: cuentacuentos en el Racó Verd, garito súper amortizado, en invierno funciona como tienda de cerámica y bareto, en temporada se recicla en terraza con algo de picoteo y actuaciones. Me pongo ciega a orujo de hierbas ibicencas, de Marí Mayans: las mejores. Embelesada escucho a una gaditana, un barcelonés y una madrileña, desgranar sus variopintas historias.

 

Al día siguiente, repaso mi gran actividad onírica, toda una completa evaluación del pasado y presente más relevante de mi vida. Dicen que es el cuarzo, hay mucho en esta isla, desconozco la causa, pero me pone como una moto. Y siempre se repite esta liturgia que tanto me alivia.

Reencuentro con mi querido José, el argentino, me está esperando en su casita sin luz con la conversación precisa en el atardecer adecuado.

Marcho de noche, alevosamente, no quiero ver como me alejo de mi Isla querida. Ya pienso en la próxima vez y sé que esta, también, volveré sola.